Mucho se ha hablado de la nota de La Nación en la que -para ser justos, coherentemente con la historia del periódico- se justificó el alzamiento armado contra el gobierno peronista en 1955 con argumentos falaces y antidemocráticos.
Por supuesto, hablar de eso sería redundante. De hecho, ya el Partido Justicialista se ha pronunciado al respecto.
Pero me pareció interesante que, apenas después de semejante aberración la nota agrega una serie de mentiras y lugares comunes del periodismo argentino que en este caso, por la magnitud de la afirmación anterior, pasa desapercibida, pero deja clara la postura y el papel de los medios de comunicación que actúan de voceros del poder.
Cito:
"Me encantó la metáfora –afirmó la jefa del Estado refiriéndose a una frase de Mussi–, lo de las balas de plomo que derrocaron a Perón con las balas de tinta que por ahí intentan derrocar o destituir gobiernos populares. ¡Qué metáfora tan exacta y tan perfecta! En boca de la presidenta, esas palabras revisten una inusual gravedad por el ataque a la prensa que ellas encierran, pues la metáfora, lejos de ser 'tan exacta y tan perfecta', es errónea y falaz de punta a punta. Ni las balas de plomo derrocaron al general Juan Domingo Perón, ni existen balas de tinta, ni, en caso de existir, podrían destituir gobiernos. Perón no cayó por obra de las armas que alzó la Revolución Libertadora en 1955. Cayó, básicamente, porque su régimen se había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de autoritarismo. Las 'balas de tinta' no matan ni hieren, ni mucho menos derrocan gobiernos. Esos proyectiles sólo informan, analizan, investigan y critican. Forman opinión. Si esa opinión, al convertirse en el voto que se deposita en las urnas, resulta políticamente letal, es pura y exclusivamente porque la tinta, al margen de los errores que se puedan cometer, ha sabido transmitir la realidad en la que viven los lectores."
Impresionante.
Es una mezcla de confesión de parte y mentira compulsiva.
En primer lugar, el periodista admite que los medios forman opinión. ¿Cómo?, ¿no era que los medios no influyen en la opinión de la gente? ¿no es que los medios son independientes? ¿que a la gente no hay que tomarla por estúpida?
Para colmo, va mas allá: afirma que la opinión efectivamente se convierte en voto que se deposita en las urnas. El redactor dice "al convertirse", no "si se convierte". Admite que una opinión en un diario se convierte en voto y que ese voto puede ser políticamente letal. Decir ésto y decir que los medios tienen la capacidad para construir imagen de un candidato, destruir la de otro, crear sensación de pánico, de frustración, de indignación, etc., es exactamente lo mismo.
Porque el escudo de dicha afirmación está al final: nosotros sólo transmitimos la realidad. Como si la realidad fuese algo que está escrito en algún grabado sagrado, en la cima de una montaña donde Dios todopoderoso decide dejar prueba de que es lo bueno y que es lo malo. Como si la realidad no fuese algo subjetivo, algo que depende de cómo cada uno ve las cosas, como las vive, cual es su experiencia de vida. Cómo si uno debiera confiar en que los medios hacen lo que hacen y dicen lo que dicen por amor a nosotros, los lectores, para resguardarnos del mal que nos agobia, ellos, tan heroicos y arrojados, tan desprendidos y altruistas. Es mas, el autor dice que los diarios transmiten la realidad en la que viven los lectores. Es parcialmente cierto: muchos de esos lectores creen que esa es la realidad, porque viven en un termo, pasando horas frente al monitor puteando en las notas de La Nación o en Facebook.
Pero "la realidad" es algo un poquito mas complejo, y nadie que se pueda preciar de normal necesita que esa realidad que vive se la cuenten en un diario.