Hace
un rato leí el posteo de Mendieta
en su blog, y la verdad que hay algo en lo que me siento profundamente
identificado.
Uno
puede discutir un millón de cosas al respecto, hay muchas posturas sobre lo
sucedido, también hay cosas que van por dentro que te hacen hervir la sangre,
pero por fuera tratás de bajar un cambio y decís: “bueno, vamos a tratar desacar algo en limpio y discutir civilizadamente”. Entiendo a los que proponen
mesura y también a los que se calientan. Todo depende de cómo te pegan las
cosas, lo que ves, lo que escuchás.
También
cabe decir que mucho de lo que se escuchó en el cacerolazo anti kirchnerista
del otro día no es novedad, todo lo contrario, lo que mas nos irrita a algunos
es que es la televisación de lo que escuchamos a diario. Algunos pueden querer
tapar el sol con la mano y decir que ahí hay de todo reclamando de todo un poco
y que los que quieren que la presidenta se vaya o piden represión, el fin de la
AUxH o la vuelta de los militares son minoría. Pero sencillamente no es verdad:
o mienten, o se mienten. Más de una vez tuve que guardarme las ganas de mandar
al carajo a más de uno o una, y en diferentes ámbitos: laburo, calle, universidad, en
casa… repitiendo las mismas consignas repugnantes que se escuchan ahí, en la
TV. De última, guste o no el ejercicio periodístico de Cynthia García en 678 (o
el de Martín Ciccioli, que no es oficialista como tampoco el canal para el que
labura), lo que queda recontra claro es que a la gente la eligió prácticamente
al azar, o bien, esa gente se acercó sola a decir lo que decía. Y de esa
muestra aleatoria el saldo se puede leer claramente. Y no estoy hablando de la
edición de los medios, incluidos tanto los oficialistas como los de Clarín y
otros opositores, estoy hablando de lo que se decía en vivo.
Pero,
volviendo al primer párrafo, hay algo fundamental ahí en lo que dice Mendieta.
Y es nuestro derecho a ser respetados. No recuerdo puntualmente, pero creo haber
escrito en este mismo blog o en algún comentario quizá, alguna vez, sobre el tema. Sin embargo, en éste caso
hay una diferencia no menor: no sólo merecemos ser respetados en nuestra
postura, ideas o pertenencia política, además merecemos ser respetados en
nuestro derecho a elegirnos un gobierno. Algunos habrán votado a la presidenta
y estarán descontentos, otros la habrán votado y seguirán felices, otros no la
habrán votado y la odiarán, etc., etc. Hay de todo, y se entiende y respeta. Lo
único que se pide, es que respeten nuestro derecho a tener el gobierno que
elegimos. Sabemos que es casi una herejía pedir eso, tanto
como pretender que el intendente te provea de una vivienda por ser vendedora
ambulante y no tener para comprarte una por otra vía. Pero bueno, igual somos un poco atrevidos y pedimos respeto de
la oposición. Y no de los dirigentes opositores, que en su mayoría son unos energúmenos, sino de la oposición que salió a las calles, o de la que escribe
en los blogs, o
en los iluminados neo opositores que, reversionando a –ponele– Libres del Sur,
ayer eran oficialistas y hoy se enteran de los malos modales y de la torpeza K,
quizá porque les incomoda ser mayoría, quien sabe. No va para Elisa, que
vacaciona en Disney, va para todos los opositores que patean la calle como
nosotros: muchachos, respetennos, dejen de subestimarnos y, sobre todas las
cosas, respeten la democracia, esperen su turno y ganen. Y entonces nosotros
respetaremos el gobierno que ustedes eligieron tanto como ustedes respetaron el
que nosotros elegimos, porque a fin de cuentas todos elegimos, también los que
votan por otro (no quiero decir “los que votan en contra”, porque suena feo, a
pesar de que posiblemente es mas cierto que falso).
Y
por último, una recomendación: desde 2008 vienen intentando lo mismo una y otra
vez. Tuvieron su cuota de suerte: en 2009 lograron meter una mayoría
(heterogénea, tanto como el cacerolazo del 8 de noviembre pasado) en el
Congreso, y el resultado que tuvieron fue paupérrimo. No por el 2011, sino por
el propio resultado parlamentario post 2009. El principal candidato opositor
elegido no hizo absolutamente nada de trascendencia en el Congreso (me refiero,
por supuesto, a Francisco De Narváez). No hubo recambio opositor, siguen siendo
los sobrevivientes del 2001 + juventud PRO. La fuerza ganadora en 2009 no existía ya
en 2011 y la mitad de la misma (el PRO) no llegó mas que a meter un intendente
en Vicente López y un segundo lugar en las provinciales de Santa Fe. No es mala
leche, sino todo lo contrario: les pido, desde este humilde lugar, que
replanteen su estrategia. Para los que piden a los militares, aunque sean la
recontra minoría: muchachos, los militares no van a volver, olvídense. Para los
que quieren que Cristina se vaya: difícil, y si se va queda Boudou. No les
sirve, ya no hay Cobos, y aún con Cobos necesitan ser representados por alguien
y por alguna idea o proyecto. Y para aquellos que orgullosos dicen que no
tienen representación política: que mal, porque sin representación política no
pueden ganar elecciones democráticamente. El cacerolazo del 8 de noviembre es
una muestra de debilidad opositora, no de fortaleza. A mi no me preocupa por la
estabilidad del gobierno o la democracia, no creo que corra riesgo, me preocupa
que tanta gente esté tan desesperada por expresar su ira y que no la pueda
canalizar por la vía democrática tangible. Un cacerolazo es de última, un
derecho en democracia, pero no un medio realmente democrático para expresar
descontento, un cacerolazo no construye democracia, todo lo contrario: la pone
en tela de juicio. Por eso, pido desde este ínfimo y humilde lugar: traten de
replantearse las cosas, piensen por qué estas mismas herramientas los llevaron
a perder en forma aplastante en 2011. Quizá no es tan fácil de explicar con
“les dan planes a los vagos y los votan” o “es el viento a favor y la soja en
Chicago”.
O si
quieren piensen eso, y está todo bien. Pero traten de no enojarse, en tal caso,
si la historia se sigue repitiendo.