Hay
una serie de cuestiones que, me parece, son muy claras, sobre las aguas siempre
revueltas e inciertas en que navega la política, tanto a nivel mundial como –y
posiblemente mucho más– a nivel nacional.
El
surgimiento de Massa como figurita del momento viene a confirmar un par de
cosas que algunos sostenemos hace rato: la relevancia de los medios en la
construcción (o destrucción) de la imagen, la falta de oferta opositora por
fuera de lo que es ó fue alguna vez oficialismo y la casi certeza de que 2015
implica un giro a la centroderecha, reflejado este último punto en la sostenida
primera posición de la famosa “inseguridad” en la lista de preocupaciones de
los argentinos desde hace ya varios años.
En
definitiva, la sociedad argentina post-“kirchnerazo” es una sociedad que aun
tiene carencias, pero que en una gran parte, los que ya lograron más o menos
acomodarse lo que están haciendo es dar gracias por los servicios prestados, lo
cual resulta bastante previsible. Y muchas de las personas que la conforman no
hicieron más que votar lógicamente en 2011, lo cual explica por qué Cristina
ganó hasta en el interior de la provincia de Buenos Aires o en provincias con
gobiernos fuertemente opositores. Pensar que es porque el 54% de los votantes
sienten un inmenso cariño por Cristina y Néstor es mentirse, la realidad es que
la mayoría eligió a quien le inspiraba más confianza y seguridad para conducir
el país.
Todo
esto, sumado a que la reforma constitucional es técnicamente imposible –además de
ser inconveniente en un contexto social tan virulento– y la re-reelección de
Cristina también lo es, confirmado esto por la propia presidenta en repetidas
oportunidades, definen un poco el perfil del heredero del kirchnerismo.
El
kirchnerismo, como buen peronismo del siglo XXI que es, tiene en su interior
una composición bastante heterogénea. No todos los kirchneristas piensan igual,
esa idea simplificadora y hasta descalificadora es, en todo caso, patrimonio de
los medios del grupo Clarín.
No
todos pensamos como Barone, Forster o José Pablo Feinmann, que además, estoy
seguro, tampoco piensan igual. Y no digo esto en desmedro de ellos ni en tono
descalificador, en absoluto, son voces importantes dentro del kirchnerismo
porque todas lo son, de hecho. Pero muchas veces, en lo personal, me he sentido
disgustado por la línea editorial de algunos programas de TV o diarios afines,
no necesariamente porque no entienda su visión de las cosas e incluso no las
comparta parcialmente sino mas bien porque no comparto la forma de construir
política, de ver a futuro, de jugar estratégicamente. Ni tampoco –mucho menos–
por meternos a todos los oficialistas en la misma bolsa.
Dentro
del campo popular hay quienes piensan al kirchnerismo desde la ética, hay
quienes lo hacen desde lo épico, hay quienes lo hacen desde la centroizquierda,
hay quienes lo hacen más bien desde la centroderecha, hay otros que lo piensan
con las banderas fundacionales del peronismo, hay quienes lo piensan desde un
fin puramente utilitario. Está claro que no son lo mismo Sabbatella, Urtubey,
Mariotto, Estela de Carlotto o Insfrán. En fin, hay numerosos enfoques por
dónde pensar al kirchnerismo o, más abarcativamente, al campo nacional y
popular. Algunos, como es mi caso, creemos que el kirchnerismo, como peronismo
de estos tiempos, tiene el deber de sostener los pilares que sostienen al campo
popular: soberanía política, independencia económica y justicia social, para
simplificar. Mal que mal, porque la perfección está sólo en los discursos de la
extrema izquierda o del neoliberalismo feroz, el kirchnerismo ha enarbolado
orgullosamente estas banderas durante diez años porque las llevó humanamente a
la práctica.
La
pregunta es, al menos para mí y algunos otros que quizá compartan aproximadamente
mi visión: ¿Cómo se hace para al menos sostener un piso de lo logrado en estos
diez años? ¿Cómo se hace para evitar que todo lo construido sea demolido al día
siguiente por el mero odio o resentimiento de los que estuvieron en las sombras
esperando y juntando bronca? Porque, déjenme decirles algo: esa es una
constante en la historia política argentina.
Hay
quienes piensan en una lógica de todo o nada, de redoblar siempre la apuesta,
de que sostener el piso de lo conseguido es conservador e incluso de
centroderecha. Y yo respeto esta posición, que existe dentro del campo nacional
y popular, es más, es la predominante en la juventud militante y entre los más
fervientes defensores del modelo. Pero pensado desde un lugar político un poco más
realista, esa posición es más utópica que racional. Y puede ser contraproducente.
Un
cristinismo puro y duro triunfante en 2015 es difícil, pero mucho más complejo
veo el camino de ese eventual cristinismo desde 2015 a 2019. Néstor y Cristina
tocaron demasiados intereses, quizá no todos, quizá incluso no los más grandes
y fuertes, pero tocaron muchos y no por nada fueron demonizados y convertidos
en los peores ogros de la historia, lo cual, está claro –y el tiempo, creo,
pondrá las cosas en su lugar– es una gran injusticia. Pero así son las ansias
desmedidas de poder y la codicia, no conocen de límites morales ni de lo que es
justo y lo que no. Hace unos días demostraron que hasta son capaces de meterse
con un recién nacido solamente por portar un apellido que no les gusta.
Y lo
que a mí me interesa como argentino, en resumidas cuentas, es que nuestro país
siga el camino de integración regional, de recuperación de la industria
nacional, de protección, contención e inclusión de los más desfavorecidos, de
inversión en educación y salud, de una economía independiente y equilibrada,
basada en el trabajo. Y creo, sinceramente, que nadie del riñón del
kirchnerismo, nadie que vaya a cargar sobre sus espaldas con el peso de ser el
sucesor de Néstor y de Cristina, tenga necesidad de romper con esos principios
básicos porque quien gane con el sello del Frente Para la Victoria no tiene que
congraciarse con nadie, su único deber será gobernar responsablemente y para
todos los argentinos. O, dicho de otro modo, su deber será el de pacificar a
las fieras y dejarlos en off-side, demostrarles que no tienen por qué
preocuparse, que todos seremos amigos y nos pondremos de acuerdo en la famosas tres
o cuatro cosas, todo ello sin abandonar los principios fundamentales que hacen
al modelo kirchnerista un modelo inclusivo y que ha garantizado estabilidad
durante diez años luego del tsunami de 2001 y de lo que las olas se llevaron
por arrastre hasta 2003.
Por
eso sostengo hace tiempo que uno de los sucesores naturales de Cristina –y ahí viene
lo que para muchos es mala palabra– es Scioli. No quiere decir esto que no
tenga unas cuantas diferencias con el ex motonauta, ni que sea mi candidato
ideal, ni tampoco que sea el único posible sucesor. Pero está claro que el
perfil va por ese lado porque la sociedad lo está exigiendo. ¿Podría ser
Urtubey? ¿O Urribarri? Quizá, nadie dice que no. Pero está claro que el sucesor
no puede ser un Carlos Kunkel, un Guillermo Moreno o una Diana Conti, con
quienes quizá tengo más cercanía ideológica o, al menos, de cómo creo que la
política es confrontación antes que “estar todos de acuerdo”. El problema –y por
suerte– es que mi voto vale uno, al igual que el de todos los demás. Y la
tensión es demasiado grande como para seguir sosteniéndola durante tanto
tiempo.
Massa
es un termómetro de lo que se viene. Claro que fogoneado por los medios
opositores y el poder económico que no encuentran candidato que desbanque al
kirchnerismo desde las antípodas: algo así como Capriles en Venezuela, le ponen
las fichas al cambio preservando “lo bueno”, lo cual sabemos que posiblemente
sea al revés de lo que creemos que debería significar.
Habrá
que ver, entonces, que es lo que nos depara el futuro. Por el momento, con la
jugada de Scioli de ir por adentro e incluso de exagerar su oficialismo ninguneando
a todos los que le doraban la píldora y se fueron con De Narváez, y el apoyo de
varios hombres con peso en el Gran Buenos Aires como
por ejemplo recientemente se refleja en las declaraciones de Curto, siento
que mi presentimiento de que es el mayor candidato a suceder a Cristina
Kirchner en 2015 cobra más fuerza.
Pero
claro, no todo está dicho. Más bien, aun nada está dicho.
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