Hace
ya unos cuantos años –poco más de cinco, para ser un poco más precisos- nos
desayunábamos con una noticia que recorría todos los medios e impactaba de
lleno en la imagen pública de Néstor y Cristina Kirchner: un hombre de origen venezolano
había sido capturado con una valija con más de 700.000 dólares no declarados
por agentes de aduana y la policía aeroportuaria argentina.
Ese
hombre era Guido Antonini Wilson, un empresario venezolano con fuertes
contactos con la derecha miamense, que luego ni más ni menos que Jaime Bayly se encargaría de
desenmascarar:
El periodista peruano también indica que habló con Antonini de política, y durante una de las charlas el empresario le dijo que “Chavez no va a durar, va a caer pronto, lo vamos a tumbar”.
El
hecho en sí era desopilante: Hugo Chávez, para financiar la campaña de
Cristina-Cobos, habría enviado a un tipo con una valija llena de dólares sin
tomar las más mínimas precauciones del caso: nunca coordinaron con el gobierno
argentino colocar agentes falsos o comprados para evitar que revisaran la
valija, Guido Antonini Wilson estuvo dando vueltas un rato largo como si
quisiera que lo descubriesen, a nadie se le ocurrió usar otra vía para
transferir el dinero, como valijas diplomáticas llevadas por el propio Chávez
que no hubiesen sido revisadas ni retenidas, Chávez se fue a buscar como mano
derecha para cometer el ilícito a un empresario venezolano con contactos
fuertes en Miami. Esto y un sinnúmero de cuestiones sin sentido –sumado
a un intento de simulación fallido en Bolivia- hacían del presunto caso de
corrupción una película de Leslie Nielsen, pero con menos gracia.
No
obstante, la operación tuvo su éxito: dañó entonces la imagen pública de la
presidenta recientemente electa y de su esposo, así como la de Hugo Chávez y al
día de hoy este caso suele ser presentado como un caso de corrupción de la era
kirchnerista -así como el famoso “caso Skanska”-, a pesar de no existir el
mayor sustento siquiera lógico para considerarlo tal, sino más bien una
operación en contra del gobierno recientemente electo en Argentina y del
consolidado proceso chavista en Venezuela. Fue, de hecho, la primera operación
mediática de la seguidilla que vendría en contra del gobierno de Cristina
Kirchner. ¿Quiénes eran los artífices? Uno puede imaginárselo.
La
verdad es que lo que más enojo causa no es la falta de escrúpulos, la malicia o
el descaro, lo que más enojo causa es la caracterización del gobierno como una
banda de oligofrénicos.
Está
bien, de nuevo: logran su cometido. Hay gente con ganas de creer cualquier
cosa, la había entonces y la hay ahora. Hay mucha gente muy enojada con el
gobierno porque le han pedido que ponga las cuentas en claro y deje de evadir,
porque le tocaron sus intereses, porque le hacen sentir que vivimos en el peor
de los infiernos y nos matan como a hormigas o bien por causas realmente
atendibles, como falta de trabajo, dificultades para llegar a fin de mes, de
conseguir vivienda, etc. Mucha de esa gente, por el motivo que sea, no quiere o
incluso odia a éste gobierno y se va a creer o va a alentar cualquier cosa que
le diga TN, Lanata, Rial o Majul.
O
Massa.
La
jugada del candidato del establishment en Argentina, Sergio Massa, es burda y
tan vergonzante como la entonces apuesta al empresario venezolano-miamense: en
el momento en el que el gobierno, según todos los encuestadores y analistas
políticos del país, empieza a revertir la tendencia favorable a Massa, se manda
la “avivada” del siglo: espera a que la familia Massa no esté en casa para que
un oficial de prefectura -que hacía cinco años había trabajado en ese lugar,
según el propio intendente-, que se había paseado desenmascarado y que había
estado esperando un buen rato que saliera la mujer, se acercara a una puerta,
la forzara, mostrara -innecesariamente- a las cámaras de seguridad que tenía
una pistola con silenciador ¡que luego dispararía contra una de las propias cámaras
de seguridad!, robaría objetos personales de Massa -“los dientes de los nenes”,
según Sergio, entre otras cosas de alto valor para la campaña- y se llevara dos
presuntos pendrives con información vital de Massa cuando estaba al frente de
la ANSES. Eso es genial, es la cereza del postre. El tipo guarda información
confidencial en dos pendrives, y el gobierno, que maneja la SIDE y nos espía
todo el tiempo necesita meter al peor espía de la historia en la casa de Massa
para robarle los dos pendrives, que es la única causa aparentemente atendible
por la cual el oficial de prefectura podría haber intrusado la casa del
intendente de Tigre.
Y
para que no se note, o que se note demasiado, le dice a la gente que quiere
creer que no es una movida política en su contra -si querés creerlo no decís
que querés creerlo- y le da el rol de policía malo a su mujer que dice que no fue
un hecho aislado, sino que quisieron amenazarlos.
Solamente
una persona con muchas ganas de creerse esto puede considerarlo verídico. El
gobierno, que hace diez años está en pie resistiendo palos de todos los
sectores de poder adversos, internos y externos, no para de hacer boludeces:
por ejemplo, meter a Milani sabiendo que tiene antecedentes en la represión. Ni
yo, que de política sé tanto como Gianola, sería tan estúpido de cometer
semejante error, como tampoco sería tan estúpido de cometer el error que en
conjunto se habrían puesto de acuerdo en ejecutar Hugo Chávez y Cristina
Kirchner en 2007-2008.
Se
acepta el odio del adversario, pero la subestimación es insultante. Y es el
motivo por el cual en Argentina sigue sin haber una opción opositora seria: no
se puede engañar a todos todo el tiempo, ni tampoco hacer política desde los
medios.
Es
cierto: el que gana en toda esta confusión es Massa. No es casual que largue el
tema veinte días después -claro, Página/12 le dio el pie perfecto.
En
el mejor momento de Insaurralde y el oficialismo, Massa presenta éste caso con
doble beneficio: primero, como una presunta forma de amedrentarlo por enfrentar
al poder K, segundo, como una muestra cabal de que la inseguridad es un
problema grave que se combate con cámaras de seguridad. La estrategia de la
victimización, típica de épocas de cierre de campaña, sumada a la publicidad
gratuita que le ofrecen los medios. Lo escuché no menos de media hora hablando
en el noticiero América TV como si estuviese en un acto político.
Habrá
que ver si la estrategia de Massa termina convenciendo a quienes se sentían más
inclinados a votar al oficialismo o a otra fuerza, o si le juega en contra por
demasiado grotesca, o si no produce efecto alguno.
Pero,
lo que puedo jurar, es que a medida que la noticia se me iba presentando a
cuentagotas por los diferentes medios me acordaba mas y mas de aquel empresario
venezolano que quiso colar una valija con más de 700.000 dólares para la
campaña de Cristina Kirchner y que cayó a manos de la luego vedette y candidata
del PRO, María
Luján Telpuk.
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